He recibido una educación arcaica, pero soy una chica estupenda. En el espejo soy una mujer, ya de mediana edad, y para mi gusto gordita. Físicamente no me gusto nada. Soy miedosa y esto no lo sabe nadie. Me preocupo por todo y por todos. No soporto las injusticias y el abuso. Odio todo lo relacionado con el trabajo domestico, menos cocinar. Lo más importante de mi vida son mis hijos. Son unos seres humanos estupendos. Sé que seré una buena abuela. Soy manitas, tengo buenas ideas y soy muy creativa. Pero no es meritorio, son mis genes. Me gusta aprender. Me gusta leer, me encantan los libros. Me gusta la música, cualquiera. Me gusta andar. Estoy colgada con la Formula 1. Me encantan las plantas y las flores. Siempre tengo un sudoku cerca. Tengo una tendencia natural a meterme en marrones y compromisos. Ya no me importa madrugar. No detesto ningún día de la semana.
Es curioso, desde el otro lado del espejo no tengo nada que ver con el recuerdo que tenía de mí.
sábado, 23 de octubre de 2010
sábado, 16 de octubre de 2010
ME ACUERDO ...
Me acuerdo de los muchos 1 de enero de mi juventud. Me acostaba muy tarde, de regreso de la fiesta de fin de año. Mis padres nos dejaban dormir hasta la hora de la comida y nos despertaban justo para comer. Era genial, el comedor limpio y recogido de la cena de fin de año. La mesa elegantemente puesta, mi madre cuida mucho todos los detalles. El olor a carne guisada y en el centro de la mesa una enorme fuente con ensaladilla rusa. Humm
Me acuerdo de cualquier tarde en mi reciente pueblo cántabro, Liérganes, y el ritual del chocolate con churros en el Bodegón de Daniel.
Me acuerdo ir de vacaciones a Galicia y al entrar por las Rias Baixas el agradable olor a mar y el griterío de las gaviotas.
Me acuerdo del nacimiento de mis hijos, con mis cinco sentidos.
Me acuerdo de la primera vez que acaricié un perro, hace solo tres años. Desde entonces le achucho todas las veces que puedo.
Me acuerdo en mi infancia llegar a casa de mi abuela en su aldea gallega Lestrove. Nos pegábamos por dormir en las camas con colchones rellenos de hojas de maíz secas. Su agradable tacto, su confort y su estruendoso ruido toda la noche. Lo pasábamos genial.
Me acuerdo visitar la rosaleda en Madrid y oler las rosas ganadoras.
Me acuerdo del perfume que mi padre usó toda la vida, Varon Dandy.
Me acuerdo acompañar a mi tía a llevar una empanada al horno en Santiago de Compostela.
Me acuerdo del primer beso.
Me acuerdo que siempre que pico cebolla lloro.
Me acuerdo del olor del quirófano.
Me acuerdo del B-747 aparcado para chatarra
Me acuerdo besar la frente de mis hijos para comprobar si tenían fiebre.
Me acuerdo pasar una noche de galerna en Cantabria.
Me acuerdo del ritual del botafumeiro en la catedral de Santiago.
Me acuerdo del ruido del taladro del dentista.
Me acuerdo del tacto de las manos de mi padre.
Me acuerdo del olor de la tienda donde compro las especias para los callos, por supuesto en el casco histórico de Santiago.
Me acuerdo ver a mi futura nuera vestida de novia.
Me acuerdo ir a la peluquería el día de mi comunión.
Me acuerdo cuando mi madre cuece castañas.
Me acuerdo cuando tenía 6 años y nació mi hermano pequeño. Mientras mi madre daba a luz nos dejaron en el convento de mi tía la monja, en Las Rozas. Tenían recogidos niños con deficiencias psiquicas. Aún les veo.
Me acuerdo toda mi infancia, ayudar a mi padre a poner el nacimiento.
Me acuerdo ver a mis amigos y compañeros en mi despedida.
Me acuerdo del escaparte de la pastelería Fina en Santa Eugenia de Ribeira.
Me acuerdo de la fabada que hace mi madrina.
Me acuerdo ayudar a mi abuela en la vendimia y en la elaboración del aguardiente.
Me acuerdo ver a mi padre dibujar y pintar.
Me acuerdo probarme los tacones de mi madre y romperlos.
Me acuerdo de cualquier tarde en mi reciente pueblo cántabro, Liérganes, y el ritual del chocolate con churros en el Bodegón de Daniel.
Me acuerdo ir de vacaciones a Galicia y al entrar por las Rias Baixas el agradable olor a mar y el griterío de las gaviotas.
Me acuerdo del nacimiento de mis hijos, con mis cinco sentidos.
Me acuerdo de la primera vez que acaricié un perro, hace solo tres años. Desde entonces le achucho todas las veces que puedo.
Me acuerdo en mi infancia llegar a casa de mi abuela en su aldea gallega Lestrove. Nos pegábamos por dormir en las camas con colchones rellenos de hojas de maíz secas. Su agradable tacto, su confort y su estruendoso ruido toda la noche. Lo pasábamos genial.
Me acuerdo visitar la rosaleda en Madrid y oler las rosas ganadoras.
Me acuerdo del perfume que mi padre usó toda la vida, Varon Dandy.
Me acuerdo acompañar a mi tía a llevar una empanada al horno en Santiago de Compostela.
Me acuerdo del primer beso.
Me acuerdo que siempre que pico cebolla lloro.
Me acuerdo del olor del quirófano.
Me acuerdo del B-747 aparcado para chatarra
Me acuerdo besar la frente de mis hijos para comprobar si tenían fiebre.
Me acuerdo pasar una noche de galerna en Cantabria.
Me acuerdo del ritual del botafumeiro en la catedral de Santiago.
Me acuerdo del ruido del taladro del dentista.
Me acuerdo del tacto de las manos de mi padre.
Me acuerdo del olor de la tienda donde compro las especias para los callos, por supuesto en el casco histórico de Santiago.
Me acuerdo ver a mi futura nuera vestida de novia.
Me acuerdo ir a la peluquería el día de mi comunión.
Me acuerdo cuando mi madre cuece castañas.
Me acuerdo cuando tenía 6 años y nació mi hermano pequeño. Mientras mi madre daba a luz nos dejaron en el convento de mi tía la monja, en Las Rozas. Tenían recogidos niños con deficiencias psiquicas. Aún les veo.
Me acuerdo toda mi infancia, ayudar a mi padre a poner el nacimiento.
Me acuerdo ver a mis amigos y compañeros en mi despedida.
Me acuerdo del escaparte de la pastelería Fina en Santa Eugenia de Ribeira.
Me acuerdo de la fabada que hace mi madrina.
Me acuerdo ayudar a mi abuela en la vendimia y en la elaboración del aguardiente.
Me acuerdo ver a mi padre dibujar y pintar.
Me acuerdo probarme los tacones de mi madre y romperlos.
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