Por fin una parte de la población
mundial puede celebrar el primer centenario de su incorporación a la
universidad. Por supuesto es un hecho destacable y digno de celebraciones.
El 52% de la población mundial
celebra el centenario de su incorporación a la cultura, a la libertad y a la
independencia. Solo su primer centenario. Pero bendito sea.
Y benditas aquel puñado de
mujeres que se arriesgaron, se jugaron su prestigio y su honor y en algunos
casos hasta la vida y saltando los muros de infranqueables reductos masculinos
ocuparon los sitios que les correspondían.
Actualmente, y solo un siglo
después, la mayoría del alumnado universitario son mujeres. Y sus resultados
académicos, brillantes.
Pero no sería honesto por nuestra
parte dejar una vez más en el olvido a esos miles de mujeres que fueron
apartadas por el núcleo familiar de la formación más básica. Dedicadas únicamente
a las tareas domesticas para que sus hermanos y sus hermanas pequeñas pudieran
formarse, ir a la universidad, obtener títulos universitarios y posteriormente grandes
carreras profesionales con prestigio y por supuesto una buena situación
económica. Resumiendo una posición social elevada.
En este centenario hay que rescatar,
a esos miles de mujeres que se sacrificaron para que otras muchas fueran a la universidad.
Se quedaron en casa. Se encargaron de todas las tareas domesticas. Atendieron
con mimo a sus hermanos y hermanas pequeñas para que solo se tuvieran que
dedicar a estudiar.
La mayoría han tenido siempre
inquietud de formación y cultura. Se casaron jóvenes. Muchas acertaron y muchísimas
no.
Siempre han insistido a sus hijas
para que estudien, para que se formen. Si su situación económica no les
permitió pagarles la universidad, una y otra vez les decían lo importante que
era tener formación, estudios, trabajo, independencia. O sea el camino de la
libertad.
Como no existían no las hicimos
caso.
Cuando su escaso tiempo se lo
permitía siempre estaban con un libro en las manos. Leían de todo. Siempre inquietas
por aprender y a la vez avergonzadas de “no saber”.
Que no se vuelvan a dar
situaciones familiares en las que varios hermanos son: Don José, Don Pedro,
Doña Pilar y la Señora
Asun.
Ningún miembro de la familia ha
reconocido nunca su deuda histórica con sus hijas y hermanas. Familiarmente y
socialmente nunca han existido.
En este momento histórico, nosotras,
sus hijas, tenemos en nuestras manos la oportunidad de rescatarlas y sacarlas a
la luz.
Ahora comprendo porqué mi madre
saltó de alegría cuando le comente que me prejubilaba. Y ahora entiendo porqué
se lo cuenta a todo el mundo.
Para ella es una meta cumplida. En
una de sus hija prendió su semilla: estudia, trabaja, se independiente, se
libre.
Gracias a todas nuestras abuelas
y gracias a todas nuestras madres y tías. Este centenario os corresponde más a
vosotras. Sin vosotras hubiéramos
tardado cien años más.
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